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LAS HISTORIAS

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No soy una de las 22 mujeres que han denunciado ser víctima de violencia intrafamiliar en el Atlántico. Soy una joven de 27 años, con tres hijos, casada desde hace 8 años y engroso la lista de aquellas que callan, de aquellas que sufren la violencia en silencio y que durante esta cuarentena les ha tocado vivir confinadas  con su agresor.

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Mi vida no era así. Yo trabajaba en un local de belleza en Barranquilla y mi esposo es albañil, ambos debido a la cuarentena por la pandemia del COVID-19 quedamos desempleados. De repente, de un día a otro, quedamos sin ingresos. Mientras que nuestra economía entró en pausa, mis hijos siguen corriendo. Ahí los veo, de un lado a otro, andando por toda la casa y yo me quedo pensando nuevamente en el dinero.

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Los reclamos de mi esposo se me atornillan como dardos en la cabeza. No alcanzas a dimensionar nunca lo que una mujer maltratada siente hasta que lo vives. La presión te ocupa el pecho, te oprime  y aun cuando tienes pequeños espacios de paz su voz vuelve a aparecer en la mente. ¿Cómo cree que puedo salir a trabajar así?

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La pelea se desata, nos gritamos, nos insultamos y un golpe en la cara me hace caer en la cuenta de lo grave que estamos. Todo, todo se fue volviendo complicado. Lo hizo una vez, lo volvió a hacer y lo sigue haciendo.

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Ese, el hombre que me golpea, es mi esposo y el padre de mis hijos. Me lo recuerdo varias veces, en especial, cuando en mi delirio tras esta difícil situación quiero creer que no es él, sino un desconocido que jamás me ha jurado amor.

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Mientras el mundo vive una pandemia por la COVID-19, a mí me tocó por partida doble. Cargo ahora una enfermedad que es más difícil de curar y estoy pagando los platos que no rompí.

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No quiero justificarlo, pero es una situación muy dura. También entiendo por lo que está pasando. Es difícil haber sido siempre independiente y ahora tener que ir a pedirle a tus padres que te regalen una libra de arroz o un litro de leche, porque tus pelados tienen hambre.

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Repito, no lo estoy justificando, pero es que jamás me había tratado así. Simplemente pienso que él no ha sabido manejar la situación y la forma de explotar fue esa: contra mí.

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¿Denunciar?

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Como yo, otras mujeres hacen parte de una lista invisible de mujeres maltratadas. No todas nos arriesgamos a denunciar, por eso la cifra que manejan las autoridades es sólo un dato estadístico. La realidad es mucho más cruel.

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Las que callamos sólo aparecemos en la lista de los feminicidios que tabula Medicina Legal. Por cierto, ya son 26 las mujeres asesinadas durante el aislamiento.

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La primera vez que me golpeó llamé a la Policía. Me encerré en el cuarto de lo niños y le dije que se escuchan gritos en la casa de mi vecina. Ellos llegaron cuando ya todo estaba calmado.

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Salí al frente y dije: “No, no ha pasado nada. Todo está tranquilo señor oficial”.

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No había sido una golpiza que me hubiese reventado o algo así. Pero me pegó, me puso la mano en la cara. Yo vi sus ojos y parecía que estuvieran diciéndome: ¿Qué hice?

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No hubo más palabras para decirnos. La Policía insistía en que yo estaba llorando y que algo me pasaba. Pero volví a repetir que todo estaba bien.

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En realidad sólo quería que se asustara, que reaccionara, que se diera cuenta de que se estaba equivocando.

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Volvió a pasar, me volvió a pegar. Esta vez fue peor, mi hijo estaba viendo. Y él salió en mi defensa.

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—No le pegues a mi mamita,  no le pegues. 

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La herida me creció, se hizo más profunda. Estaba tan decepcionada por todo lo que estaba pasando y me llené de ira, así que esta vez también llamé a la Policía.

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Cuando llegaron, la ira encerró el miedo y empecé a explicarles la situación, aun cuando mi agresor seguía en la misma casa.

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—Ponga la denuncia en la Fiscalía para que podamos tomar cartas en el asunto —respondió el agente.  

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¿Cómo le voy a dañar la vida así? ¿Cómo le voy a hacer ese daño? La valentía me duró muy poco. Así que no puse ninguna denuncia, preferí pensar que cuando todo esto pase y volvamos a trabajar, cuando el rumbo de todo esto cambie, cuando tomemos las riendas de nuestro hogar como era antes, existiría esa posibilidad de que la situación mejore. Quizás todo no será igual, pero podríamos ir a terapias de parejas.

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Mucha gente me crítica y me dice que denuncie, que hable, que me separe…Pero quiero darme la oportunidad de salvar este matrimonio, haciendo un último intento. No quiero sentir que abandoné todo, que no pelee y que no lo intenté.

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Quizás aguantar me haga más daño y afecte más a mis hijos, pero cuando nunca antes habías estado así de mal, tienes la esperanza que cuando el mundo retome su normalidad, también tu vida de pareja lo hará.

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Es lo complicado de ser agredida por tu pareja. Es que no es alguien que odies, es la persona que elegiste amar y que te amaba hasta que, de un momento a otro, te diste cuenta que las caricias se transformaron en puños. Eso es lo más duro de esta cuarentena, estar encerrada con la persona que te maltrata.

 

Huir, el dilema

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Me han dicho que hay casas de refugio, pero no sé si sea una buena idea. Cuando eres madre no sólo piensas en ti, les quitaría de cerca un padre y los llevaría a un espacio ajeno, si decido huir.

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El día que de verdad tome la decisión, me iré a donde mis padres o mi familia. Me llevo a mis niños, eso sí.

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Es un dilema muy fuerte, en el momento quieres huir, pero no sabes si será peor. A veces quisiera que la Policía me ayudara un poco más y me sacara la valentía para denunciar. Claro, cuando ellos ven que uno llama y después lo niega todo, entonces no toman en serio estos casos. También es nuestra culpa.

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La verdad es que no le deseo esta situación a nadie, ver cómo se destruye la mitad de tu vida es muy duro. Por eso es que cuesta tanto tomar decisiones radicales, porque no quieres dañar a quien quieres aun cuando él te está dañando.

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Pero no sé si al final esa sea la mejor decisión. Vuelvo a pensar en los golpes, en los gritos y la presión en el pecho la siento otra vez.  Pensar que para hablarles tuve que hacerlo a escondidas y no sé para qué sirva contarles, al menos, para desahogarme.

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No sé si al final me va a matar o si lastimo más a mis hijos. Me esperan, por ahora, muchos días más de confinamiento con mi agresor.

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*Testimonio de una mujer víctima de violencia intrafamiliar en el Atlántico que ocultó su nombre por seguridad. 

En profundidad

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En Barranquilla, como en gran parte del país, los casos de violencia intrafamiliar aumentaron durante la cuarentena. Del 26 de marzo al 6 de mayo se han registrado 204 denuncias de violencia intrafamiliar en el Centro de Atención de Investigación Integral de Violencia Intrafamiliar (Cavif) de la Fiscalía.

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Este panorama lo confirmó Emilse Arrieta, fiscal 17 de Cavif, “somos seis en el equipo de trabajo. Normalmente recibíamos hasta 15 llamadas mensualmente cada una. Pero desde la cuarentena aumentaron. Recuerdo que 15 días después de iniciarse el alisamiento obligatorio ya llevaba 26 denuncias”.

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Durante el primer mes de cuarentena, la violencia intrafamiliar giró en torno a exparejas y hogares multifamiliares, específicamente en el sur de la ciudad.  “Se podría decir que de las 34 denuncias que he recibido, 30 fueron del sur. Esto sin contar las que reciben mis otros seis compañeros”, aseguró.

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De acuerdo con la fiscal Arrieta, las agresiones se presentan en su mayoría en exparejas entre los 23 y 32 años y, casi siempre, con hijos. Los casos más comunes se presentan porque una de las partes no acepta que el otro no quiera seguir en la relación. Y, cuando tienen hijos, surgen porque el hombre vuelve arbitrariamente a la casa con la excusa de pasar tiempo con los menores durante la cuarentena.

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En el caso de los hogares multifamiliares los problemas giran en torno a las responsabilidades económicas que tienen entre ellos. Se destacan problemas de convivencia por el pago de servicios o la disputa de bienes. Esto sin contar que el encierro de tantas personas juntas en lugares comúnmente pequeños genera discordia en los que habitan en ese hogar.

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 “Algunos están viviendo la situación como si no fuera nada. Sacan su picó a la puerta, juegan fútbol o dominó y otros siguen consumiendo droga. Para ellos esa es su normalidad, luego van y forman los problemas en sus casas”, dijo la funcionaria de Fiscalía. En sectores de la ciudad todavía no acatan con responsabilidad el aislamiento obligatorio. Hasta el 9 de mayo, en la ciudad se impusieron 15.663 comparendos por incumplimiento de las normas, según cifras de la Alcaldía.

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El incremento de los casos de violencia no solo viene del sur de Barranquilla. Parte de los que han recibido en Cavif provienen del norte de la ciudad, una de las zonas catalogadas de “clase alta”. “La apariencia es un factor común en estas denuncias. Entonces, al estar encerrados les cuesta sostener esa convivencia, pues con el aislamiento hay choque. Sobre todo, cuando son dos personas que no se quieren ni ver”, reveló la fiscal cuya oficina se especializa en maltrato.

 

A las denuncias por violencia intrafamiliar, difíciles de entrada debido al temor de la víctima, les surge un nuevo problema, no hay posibilidad de hacerlas presenciales durante la pandemia. Tramitar por internet demora los procesos y no existe un acceso directo a la víctima, comparado con la atención personal en un despacho. Las entrevistas se limitaron a llamadas telefónicas y las investigaciones se atrasan.

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Aunque siempre se busca es el bienestar y la protección de la víctima, también se le brindan las garantías al supuesto victimario, siempre guiados bajo el principio de la presunción de inocencia. “No me caso con una historia. Cada una tiene un trasfondo y no podemos entrar a subestimar el decir del hombre. A veces nos ponemos en el lugar de que el agresor es el malo, pero eso tiene un trasfondo. Eso sí, sin justificar al victimario o hacer apología del delito. Ahí entra uno a valorar la parte del agresor. A veces yo soy mediadora”, señaló la funcionaria.

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Si la víctima desea acceder a la justicia, debe ingresar al sistema virtual de denuncias de la Fiscalía y seguir los pasos. Una vez hecha la denuncia el caso es asignado a un funcionario de Cavif y entra a un estudio de los hechos. Luego, se ordena una visita domiciliaria por parte de la Comisaría de familia para establecer los niveles de riesgo de la víctima, sobre todo si hay niños presentes. “Averiguamos todo sobre el victimario, quién es, sus arraigos, su círculo social, en qué trabaja y si tiene antecedentes o anotaciones”, explicó Arrieta.

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Para medir el riesgo al que está expuesta la víctima frente al agresor, en la Fiscalía existe un protocolo conocido como “nivel de riesgo”. Este consiste en una serie de preguntas sobre su relación con el victimario, las agresiones recibidas y si han ocurrido antes.  Al final, la prueba arrojará un rango de peligro: si es urgente o mediano. Sin embargo, la representante del ente acusador resaltó que, a pesar de que sea catalogado como ‘mediano’, no se subestima el caso y se atiende con la misma importancia del otro extremo. 

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“En ese último entonces reviste menos peligrosidad porque no ha tenido denuncias anteriores y el dictamen de Medicina Legal no manifestó lesiones externas. (..) A veces el que uno menos cree es el que te revienta con un problema. El que tiene un problema extremo a veces es el que llega a la solución”, dijo Arrieta.

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Además de la dificultad en la denuncia, este tipo de casos tienen una peculiaridad y es que recurren a la justicia con las emociones desbordadas y se arrepienten días después. “Se presenta a retirarla con el argumento de que ‘era para asustarlo’.  Que las cosas no fueron así, pero sí pasaron, el problema es que se arrepintieron porque se reconciliaron o porque el tipo les dio más plata”, dijo la fiscal.

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En este tipo de procesos también existe una gran cantidad de casos en que los que se desiste la acción penal gracias al principio de oportunidad. Es decir, las partes llegan a un acuerdo con la Fiscalía. “Nosotros entramos a mediar en esa figura para que el hombre reconozca su responsabilidad. Eso nos lleva a dar por terminada una situación en la que ambas partes dan su aprobación. La denunciante da el visto bueno y cuenta que están en un proceso terapéutico o reanudaron la relación. Ellos me traen las valoraciones que dan los dos”, explicó la fiscal.

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A pesar del obvio aumento de las denuncias por maltrato intrafamiliar, Arrieta celebró que, hasta el momento, de los casos que ha recibido, ninguno ha llegado hasta el punto de emitir una orden de captura porque “no todos cuentan con esa gravedad”. “A veces los jueces no consideran que es un peligro para la víctima porque ya no son pareja y si se le mete preso se cuestionan quién va a mantener a los hijos”, contó.

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Si sientes que corres peligro aquí puedes consultar a las líneas a las que puedes acudir en caso de emergencia y las rutas de atención para el acceso a la justicia: 

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